viernes, 19 de julio de 2013

Es una prisión, pero parece un polígono industrial

¿Un polígono o una cárcel?


Es una prisión, pero parece un polígono industrial. Cada día los más de 500 presos de Ocaña I se ponen el mono de trabajo para dedicarse a las más diversas ocupaciones

Es la cárcel de Ocaña, donde la mayoría de sus más 500 internos se ocupan de montar el aire acondicionado de «los AVE» europeos, fabricar las rejas de las nuevas cárceles o preparar el kit de aseo de los presos. Los internos de Ocaña I son solo una pequeña muestra de la población reclusa empleada en las diferentes prisiones. Uno de cada cuatro presos tiene trabajo, porcentaje que se eleva hasta el 40 por ciento, más de 12.000, si solo se tiene en cuenta la población hábil para trabajar, cerca de 28.900 presos.

De su ocupación vela el Organismo Autónomo Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo (Oatpfe), encargado de facilitarles trabajo para la futura reinserción social y laboral una vez obtengan la libertad.

Hasta ese momento, el recluso que trabaja está dado de alta en la Seguridad Social, cuenta con un contrato laboral y tiene un sueldo mensual regulado por el Salario Mínimo Interprofesional que ronda, según han asegurado varios internos, los 500 o 600 euros, aunque hay quienes pueden rozar los mil en función del puesto que desempeñan y su productividad. Para muchos, dice uno de ellos, es el único dinero con el que sobreviven muchas familias. Otros no quieren salir de la cárcel y, sin nadie «fuera», ahorran su sueldo ante la perspectiva de un futuro en libertad sin trabajo.

TRABAJO PROPIO

Los uniformes de los funcionarios, la ropa de cama, la alimentación, el mantenimiento y limpieza de la propia prisión, el economato o los lotes de aseo personal que todos los internos reciben una vez al mes son algunos de los empleos que Instituciones Penitenciarias proporciona.

Es lo que se denomina «encomiendas de gestión», por las que el Estado encarga a Instituciones Penitenciarias, a través de su Organismo Autónomo, la misión de «contratar» todo este tipo de servicios a los centros y no a empresas externas.

Así, se rentabilizan al máximo los costes para el Estado y se crean puestos de trabajo en la prisión, cumpliendo el mandato constitucional de reinserción socio-laboral y reinvirtiendo los beneficios en talleres formativos.

Muestra clara de este tipo de encomiendas, explica el jefe de área de coordinación territorial del Oatpfe, Gerardo Mínguez, son los economatos que dan trabajo a alrededor de 1.500 reclusos en toda España, ya que cada centro cuenta con estos «supermercados».

Pero hay más. La prisión de Ocaña I tiene el «pedido» de fabricar parte del mobiliario de la nueva prisión de Soria. Con la mirada atenta y experta de Severo, funcionario y maestro de carpintería metálica, una veintena de internos sueldan las que serán las rejas, las puertas de las celdas o las gradas del patio.

«Trabajamos como cualquier taller en la calle, para lo que nos piden», dice Severo, que reconoce lo positivo que es para los internos tener una ocupación, habituarse a un horario, una disciplina o un sueldo, porque «para muchos reclusos es la primera vez que tienen trabajo».

Y mientras unos se emplean con el soplete, en otra nave se empaquetan los miles de lotes personales para toda la población reclusa de España, explica Ángel Fernández, al frente de la antigua prisión de Ocaña I desde hace 22 años.

Cuatro rollos de papel higiénico, crema de afeitar, cepillo y pasta de dientes, cubiertos de plásticos, cuatro preservativos y dos lubricantes viajan en miles de bolsas a diario desde este centro hasta el resto de prisiones, incluida las cárceles de las Islas Canarias y Baleares.

Para el director de esta cárcel, el trabajo es algo fundamental en la rutina carcelaria y desde que se ha implantado con normalidad, los problemas internos o las rencillas entre reclusos han disminuido muy significativamente.

TAMBIÉN TRABAJO PARA OTROS

No solo los internos trabajan para Instituciones Penitenciarias. Desde hace años las puertas de los centros se han abierto a otras empresas con diversa actividad: desde montajes eléctricos, muebles, aluminio o confección textil, hasta la limpieza y envasado de ajos, encargo que ha recibido la prisión toledana de un agricultor.

«Las prisiones son como ciudades y, como tales, además de contar con ayuntamientos, que serían las oficinas o los edificios oficiales, de servicios sociales y terciarios como el centro médico, el polideportivo o el economato, también cuenta con zona industrial muy atractiva para los empresarios», revela Mínguez.

Entre las ventajas, asegura, la empresa tiene un ahorro importante de costes tanto en equipamiento como en mano de obra, aunque esta última tiene sus singularidades, ya que la población penitenciaria es «muy dispar» y en su mayoría poco cualificada.

Con todo, para la alemana Merack, dedicada a sistemas de climatización, la oferta de Ocaña I resultó difícil de dejar escapar hace ya seis años, explica Andreas Weidenschlager, uno de sus directivos en España, que ha «ocupado» cinco naves de la prisión y tiene previsto expandirse en otros 5.000 metros cuadrados de la vecina Ocaña II en los próximos meses.

Más de un centenar de reclusos y una veintena de operarios trabajan codo con codo en la instalación del aire acondicionado para trenes europeos con sofisticados sistemas de producción. Ocaña, dice uno de los trabajadores de Merack, es «el brazo de la central» que la compañía tiene en Getafe, sin el cual los empleados probablemente estarían en la calle. «El trabajo de los internos hace posible la viabilidad de la empresa», corrobora Weidenschlager, que ha hecho de esta cárcel una verdadera fábrica.

SUELDO PARA VIVIR EN LIBERTAD

En ella trabaja José María, al que llaman «El curita» o «El hermano». Lleva siete años empleado en prisión, los mismos que encarcelado, dedicado ahora al almacén de material y al mantenimiento de las herramientas.

Y lo tiene muy claro: «Tener trabajo es un lujo y un privilegio que no está al alcance ni siquiera de la gente que está fuera. Gracias al trabajo penitenciario hay muchas familias que están sobreviviendo y hay compañeros que mandan a sus países este dinero que allí no cobra ni un médico».

Él gana todos los meses unos 500 o 600 euros y trabaja siete horas y media, un sueldo que, muchos de sus compañeros, ahorran.

«Hay gente que no quiere salir de la cárcel porque no tienen nada para vivir fuera (...) Piensan qué será de mí cuando salga, aquí tienen una cama, un servicio médico».

Cuando salga de la cárcel, José María tiene clara su misión: hacer más fácil a los expresos su reincorporación a la sociedad.

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